Shacsho aún no se decidía por ninguna, volvió a recorrer el mismo y monótono itinerario contemplando a cada paso las perfectas esculturas de las exóticas amazonas. Con las manos en los bolsillos, acariciaba las monedas que la han de abandonar, o ésas que él sacrificará por una causa justa. Los segundo corrían a toda prisa, los minutos trotaban detrás de los primeros y la hora no se hizo a la señora gorda y comenzó a caminar haciéndose sentir. La luna alumbraba como un billón de estrellas a la tierra en penumbra donde se cometían una y mil pecados. El antro estaba infestado por hombres que buscaban sofocar el incendio que llevaban en sus entrañas y precisamente uno de los tantos que pululaban era Shacsho. Este tendría 20 veranos, no era alto, alcanzaría apenas uno y medio, traía un polo negro, pantalón Jean del mismo color y unas botas de milico como calzado. Hacía ya más de una hora que había llegado y seguía sin materializar su propósito. La primera le engatuzó con su maquillada belleza, pero luego la desdeñó al descubrir que sus chelines no la convencían. La segunda le demandó casi nada, entonces él tuvo miedo y no le hizo caso. La tercera era una gorda, parecía más bien una ballena y nuestro cazador pensó que era mucho para él y ¿por ocho libras? no quizó aprovecharse de la circunstancia y continuó; la siguiente no parecía lo que él buscaba, era tan escuálida que provocaba compasión, para ayudarla en algo le peguntó lo mismo y se retiró al momento alegando que no lo alcanzaba, pero de no ser así le dijo que hubieran jugado como niños. En la puerta contigua estaba una amazona que su cabeza chocaba con el umbral de madera, era una jirafa, el pobre shacshito apenas le llegaba al ombligo, no quizo hacer el ridículo y pasó de largo. Así transcurrió más de dos horas. Todas tenía un motivo para que el no las ocupara, una que era muy alta y otra que muy chata, que muy gorda, muy flaca, que muy tía, que muy chibola, incluso tantas excusas pueriles; que pide mucha plata, que pide casi nada y que la gorda lo haría por amor al arte, ¡esto era un embrollo! En cambio los demás entraban y salían sin ningún problema.
Ya casi nadie quedaba en el local, sólo él que seguía gastando la planta de sus botas en su morbosa caminata. Poco a poco las puertas se iban cerrando con candado y veía a las zorrupias abandonar el establecimiento. El seguridad le dijo que iba a cerrar, entonces apenado salió a la pista. Revisó sus monedas y con tranquilidad contó un sol cincuenta en centavos, respiro hondo y dijo: “la próxima vez si traigo ocho lucas de verdad” y se dispuso a esperar un taxi.
Ya casi nadie quedaba en el local, sólo él que seguía gastando la planta de sus botas en su morbosa caminata. Poco a poco las puertas se iban cerrando con candado y veía a las zorrupias abandonar el establecimiento. El seguridad le dijo que iba a cerrar, entonces apenado salió a la pista. Revisó sus monedas y con tranquilidad contó un sol cincuenta en centavos, respiro hondo y dijo: “la próxima vez si traigo ocho lucas de verdad” y se dispuso a esperar un taxi.