perfecta e inmaculada
mirándome dulcemente
con sus enternecidos ojitos de miel.
Sí, ¡claro que sí!
era ella
mi grácil princesita,
mi más hermosa musa,
la ninfa de mi adoración.
Creí que se trataba
de un prodigioso sueño
que todo era fantasía
y que pronto despertaría
para volver a recordarla
y a seguir esperándola
hasta el fin.
Pero no, no era así
ella existía y la podía tocar
con mis trémulas manos que,
ya se han cansado
de escurrir mis lánguidas
lágrimas de esperanza y fe.
Ella sonrió apacible
tan angelicalmente
como sólo ella sabe hacerlo.
Pronunció mi nombre
con su aurea y melodiosa voz
de doncella
celeste
tan risueña y eterna,
como ella misma.
Me acerqué lentamente
tomé sus níveas y
suaves manitas de algodón,
la abracé calurosamente
y me embriagué con su aroma
de mujer revestida de primavera.
Quise decirle que la había extrañado un universo
que nunca había perdido la esperanza…
Pero ella, como si leyera mis pensamientos,
dijo que lo sentía, que no volvería a marcharse.
Y sus ojos se inundaron de lágrimas
igual que los míos.