A Ana Gabriela, por ser como es.
Quiero ser tu sombra, seguirte siempre hasta el fin. Quiero ser el aire que respiras, introducirme en tus entrañas y darte vida. Quiero ser la sangre que recorre por tus venas, y estar pendiente ante tu menor herida. Quiero ser tu pensamiento y así saber cuando te acuerdas de mí.
Quiero ser la fresca brisa que recorre tu plateado rostro, juegue con tus lozanos cabellos de azabache y apenas te roben una tierna sonrisa. Quiero ser el humilde sol, verte cuando abandones la cálida cama y salgas para que mis rayos de luz bronceen tu escultura de sirena tropical. Quiero ser el grácil aguacero de las tardes de verano, y bañarte con mis lágrimas de felicidad. Yo simplemente deseo ser lo que tú quieres que por ti sea.
Yo te amaré como nadie se atrevió a amar en esta tierra, a tal extremo que el mismo Cupido se sienta avergonzado. Te adoraré más allá de la muerte y el olvido, cual si fueras un ser eterno. Tu nombre sobrevivirá a la historia, pues yo lo inmortalizaré en copiosos poemas de amor. Y cuando el tiempo haya pasado por nuestros rostros, yo seguiré diciéndote que eres la mujer más linda del planeta entero. Entonces continuaremos visitando los parques, caminaremos tomados de las manos como lo hacíamos antes y, quizá las parejas jóvenes de entonces nos miren con asombro y respeto. Yo seguiré hilvanando tiernos versos que, cual baladas, cantarán tu feérico existir.
Construiremos un mundo dentro de éste que está salpicado de dolor, tan ancho y ajeno, como lo dijo algún escritor. Emplearíamos nuestros días en visitar hasta el último pueblito del globo, llevando en nuestras alforjas la semilla de la paz y el amor. Escalaríamos el Everest, y cuando hayamos conquistado la cima plantaremos nuestra bandera de triunfo, pendón áureo que será construido con un poco de perseverancia, disciplina y sacrificio. Y por las tardes cuando el león de fuego vaya hundiéndose inexorablemente en el lejano y escarlata horizonte yo te invitaré a abordar mi pequeño bote de madera. Surcaríamos con él los inconmensurables océanos y, cuando hayamos arribado, de repente, en una playa desconocida dejaríamos que el viento juega con nuestros austeros trajes mientras los endebles rayos de la estrella diurna besen tímidamente nuestra piel gastada.
Y cuando por fin hayamos dominado el nevado más alto del planeta, navegado por todos los mares del globo, haber dejado algún recuerdo en la última aldea, entonces podremos decir que el tiempo nos resultó corto, pero al mismo tiempo que valió la pena haber sido parte del mundo que nos tocó vivir. Entonces, agradeceré al cielo por haberte enviado y, con el último aliento que me resta diré sonriendo, que te amo un universo y todavía más.
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