viernes, 29 de marzo de 2013

YO QUERÍA


Yo quería caminar contigo bajo la lluvia, dejarnos mojar por las lágrimas del cielo.
¡Qué importa si las gentes nos tildasen de locos, o que la gran ciudad se quedara en silencio como si no existiera nadie y nadie pudiera vernos ¡
Quería, princesa mía… escalar juntos la montaña más alta del mundo
y cuando hayamos conquistado la gran cima hubiéramos levantado nuestra humilde  bandera de victoria, entonces, abriendo los brazos  y mirando el cerúleo firmamento , exclamaría con todas mis fuerzas que te amo todo un universo y todavía más.
Seguidamente me arrodillaría, juntaría mis palmas y en fervorosa plegaria agradecería  al señor por haberte enviado y permitirme entregarte mi encamotado corazón.
Quería, reina mía…llevarte en mi viejo bote de madera hubiéramos surcado inconmensurables océanos, esos que apenas conocíamos por las enciclopedias.
Habría sido fantástico bañarnos, apaciblemente, en los mares de los exóticos países y, cuando el astro rey  agonizara en el horizonte escarlata, nosotros estaríamos  en la playa, todo embadurnado de arena jugando como meros niños, sin importarnos el tiempo.
Mas, al caer la noche hubiéramos prendido una fogata y ahí, bajo la luz y el calor de la aurea lumbre te abrazaría parsimoniosamente, te miraría fijamente y te diría que todo va a estar bien, que estoy contigo y quizá nuestros labios se junten, naciendo así el cándido ósculo grávido de pasión, de entrega, de lealtad, de amor.

Quería, ninfa mía… inmortalizar  tu inmaculado nombre en mis sencillos versos,
hubiera sido un enorme placer ofrecerte mi lira  y entonar para ti tiernas baladas que, cual brisa marina apenas acaricien tus rosadas mejillas, jueguen con tus
plateados cabellos y roben una dulce sonrisa de tus labios carmesí.

Quería también, amor mío…entregarte mis horas, mis sutiles ocurrencias…

Quería realizar con vos tantos proyecto y aventuras, pero sé que ahora que no estás es irreparablemente imposible.

¡Perdóname, mujer, por no preguntarte lo que tú querías!

jueves, 14 de marzo de 2013

DOLOROSA CONFUCIÓN


Me trajeron ayer por la noche;
dos guardias con rostros fieros
me custodiaron recelosamente,
propinabanme, de vez en cuando, fuertes golpes
que me descalabraban  y hacían perder el sentido.
No podía hacer nada, tenia las manos esposadas.
ni siquiera  gritarles que “soy inocente”
que ellos, en verdad, se habían equivocado.
Abrieron una gélida y hedionda celda
 y me tiraron allí como cualquier cosa,
cual una pútrida fruta luego de examinarlo.
Y aquí estoy
con mis prendas aun húmedas
 con mis huesos remojados
y mis carnes blanqueadas, horriblemente hinchadas
como un cadáver triste y abandonado.
Y sigo aquí, en este tenebroso cuadrilátero
tiritando morbosamente, congelándome, muriendome…
Acurrucado en un rincón
intento darme calor escurriendo mi sencilla camisa.
Ya son las doce del medio día
y aún no me dicen por qué estoy aquí,
tampoco donde fueron a parar mis documentos,
mi dinero, mi correa, mi celular y mis preciadas zapatillas.
Ni siquiera se han acercado por aquí
y ya el hambre comienza a devorar mis entrañas.
Si tan solo hubiesen comprendido
que yo pasaba tranquilamente por esa calle
cuando de una tienda salió raudo un tipo encapuchado
con el dinero robado, el surtido de joyería y el arma en alto
chocándose conmigo estruendosamente
hasta hacerme caer a la vereda junto a él.
Si la señora, propietaria de la joyería
hubiera entendido que el desconocido se levanto de súbito
y emprendió loca carrera dejando regado sobre mí casi la mitad de su delito.
Si al menos ella no me hubiese imputado de campana
Hoy no estaría intentando dormir con el estomago vacio.