¡Qué importa si las gentes nos tildasen de locos, o que
la gran ciudad se quedara en silencio como si no existiera nadie y nadie
pudiera vernos ¡
Quería, princesa mía… escalar juntos la montaña más alta
del mundo
y cuando hayamos conquistado la gran cima hubiéramos
levantado nuestra humilde bandera de
victoria, entonces, abriendo los brazos
y mirando el cerúleo firmamento , exclamaría con todas mis fuerzas que
te amo todo un universo y todavía más.
Seguidamente me arrodillaría, juntaría mis palmas y en
fervorosa plegaria agradecería al señor por
haberte enviado y permitirme entregarte mi encamotado corazón.
Quería, reina mía…llevarte en mi viejo bote de madera hubiéramos
surcado inconmensurables océanos, esos que apenas conocíamos por las
enciclopedias.
Habría sido fantástico bañarnos, apaciblemente, en los
mares de los exóticos países y, cuando el astro rey agonizara en el horizonte escarlata, nosotros
estaríamos en la playa, todo embadurnado
de arena jugando como meros niños, sin importarnos el tiempo.
Mas, al caer la noche hubiéramos prendido una fogata y
ahí, bajo la luz y el calor de la aurea lumbre te abrazaría parsimoniosamente,
te miraría fijamente y te diría que todo va a estar bien, que estoy contigo y quizá
nuestros labios se junten, naciendo así el cándido ósculo grávido de pasión, de
entrega, de lealtad, de amor.
Quería, ninfa mía… inmortalizar tu inmaculado nombre en mis sencillos versos,
hubiera sido un enorme placer ofrecerte mi lira y entonar para ti tiernas baladas que, cual
brisa marina apenas acaricien tus rosadas mejillas, jueguen con tus
plateados cabellos y roben una dulce sonrisa de tus
labios carmesí.
Quería también, amor mío…entregarte mis horas, mis
sutiles ocurrencias…
Quería realizar con vos tantos proyecto y aventuras, pero
sé que ahora que no estás es irreparablemente imposible.
¡Perdóname, mujer, por no preguntarte lo que tú querías!
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