Me trajeron ayer por la noche;
dos guardias con rostros fieros
me custodiaron recelosamente,
propinabanme, de vez en cuando, fuertes golpes
que me descalabraban y hacían perder el sentido.
No podía hacer nada, tenia las manos esposadas.
ni siquiera gritarles que “soy inocente”
que ellos, en verdad, se habían equivocado.
Abrieron una gélida y hedionda celda
y me tiraron allí como cualquier cosa,
cual una pútrida fruta luego de examinarlo.
Y aquí estoy
con mis prendas aun húmedas
con mis huesos remojados
y mis carnes blanqueadas, horriblemente hinchadas
como un cadáver triste y abandonado.
Y sigo aquí, en este tenebroso cuadrilátero
tiritando morbosamente, congelándome, muriendome…
Acurrucado en un rincón
intento darme calor escurriendo mi sencilla camisa.
Ya son las doce del medio día
y aún no me dicen por qué estoy aquí,
tampoco donde fueron a parar mis documentos,
mi dinero, mi correa, mi celular y mis preciadas zapatillas.
Ni siquiera se han acercado por aquí
y ya el hambre comienza a devorar mis entrañas.
Si tan solo hubiesen comprendido
que yo pasaba tranquilamente por esa calle
cuando de una tienda salió raudo un tipo encapuchado
con el dinero robado, el surtido de joyería y el arma en alto
chocándose conmigo estruendosamente
hasta hacerme caer a la vereda junto a él.
Si la señora, propietaria de la joyería
hubiera entendido que el desconocido se levanto de súbito
y emprendió loca carrera dejando regado sobre mí casi la mitad de su delito.
Si al menos ella no me hubiese imputado de campana
Hoy no estaría intentando dormir con el estomago vacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario